Calvino y los ginebrinos: un buen ejemplo a seguir...

En la visión del reformador Juan Calvino (1509-1564), todos los niños tienen un derecho fundamental a la educación. Es por ello que desde su llegada a Ginebra, Calvino se esforzó en promover ante el Consejo General de la ciudad, una legislación pionera sobre este tema. Este sueño se transformó realidad el 21 de mayo de 1536. En ese día, y por primera vez en la historia europea, un estado declaró obligatoria la educación de nivel básico, y para los niños pobres, también la declaró gratuita. El antiguo Colegio de Ginebra fue reorganizado, pero la falta de personal y de instalaciones adecuadas, hizo que recién en 1559 se cumpliera finalmente con la apertura del nuevo edificio de Saint-Antoine. En la nueva escuela, e inspirada en lo que Calvino había podido ver en Estrasburgo (de la mano de Juan Sturm y los Hermanos de la Vida Común), los estudiantes se dividieron en grados según su nivel; el paso de un año a otro se lograba aprobando exámenes; y los mejores alumnos eran premiados en una ceremonia anual de graduación, que pronto se convertiría en una verdadera fiesta para toda la ciudad. Uno de sus maestros, Corderius (Mathurin Cordier, 1480-1564), fue un verdadero pedagogo de la incentivación y del esfuerzo personal. También fue un duro crítico del castigo corporal (muy generalizado en aquella época). Abrió así las puertas de una “escuela a la vida”, generando una nueva pedagogía. El establecimiento del Colegio y la Academia (teológica) bajo un mismo techo también favoreció el regreso desde el exilio de los mejores maestros de Lausana. Uno de ellos, Teodoro de Beza (1509-1605), fue su primer rector, y logró el rápido reconocimiento de la excelencia del Colegio. Ya para el año 1566 (dos años después de la muerte de Calvino), el Colegio tenía unos dos mil estudiantes. Albergó a los hijos de príncipes, nobles, grandes burgueses, pastores, y ciudadanos comunes. Allí se formaron aquellos jóvenes en temas bíblicos, las letras clásicas, la piedad cristiana, el gobierno civil, y el ministerio pastoral. En verano, las clases comenzaban a las 6 de la mañana, y en invierno, a las siete. Si consideramos el tiempo dedicado a la catequesis, los sermones y las tareas escolares, eran tantas las actividades que hasta el propio Teodoro de Beza se quejaba de que a pesar de sus oraciones, ¡no tenía fuerzas suficientes para trabajar más de catorce horas al día! Todos los niños, aún los huérfanos y abandonados, tenían el derecho de asistir al Colegio de Ginebra. De igual manera, el Hospital General, fundado en 1535, y bajo la nueva legislación de las ordenanzas eclesiásticas de 1541, también tenía bajo su responsabilidad el cuidado integral de estos niños desamparados. El hospital era un verdadero promotor de la seguridad social de todos los ciudadanos. Los pobres y enfermos eran socorridos en sus propios domicilios, como así también en el edificio del antiguo convento de Sainte-Clare. De esta forma todas las instituciones de la ciudad se ocupaban con un mismo espíritu del inválido, del huérfano, de la viuda, y de los ancianos, y ninguna necesidad de asistencia quedaba desatendida. Se procuraba asimismo devolver la dignidad de estos hombres, mujeres y niños, buscándoles trabajo y promoviendo su reinserción en la sociedad a través de una capacitación laboral. Tomado de Föllmi, Dominique (ed.). “L’Independance et la Réforme”. Ginebra: Departamento de Instrucción Pública, 1986, pp. 78-79. Traducción libre de Martin Scharenberg.