Para estos tiempos de intolerancia

La definición misma de “tolerancia” nos llama a ser tolerantes con todos, aún con aquellos que son abiertamente intolerantes. Esto se debe a que la tolerancia es una manifestación positiva de la justicia, pues donde no existe la tolerancia, la justicia evidentemente no se encuentra presente.

La justicia es un valor determinado por el conjunto de la sociedad para “garantizar el bien común”, y por lo tanto, al tratar de teorizar sobre la justicia, lo que la sociedad hace es tratar de establecer límites definidos de aquello que considera “bueno” o “malo” para sus ciudadanos.

Esto contrasta con la posición cristiana que considera que el fin principal del hombre (y de su conjunto) es glorificar a Dios, por lo que los limites de la justicia están dados por todo aquello que cumple o no con tal propósito fundamental. Para los cristianos, el “bien común” es solo alcanzable en la medida que “la gloria de Dios” sea activamente perseguida.

¿Debemos por lo tanto ser intolerantes con quienes sostienen otro entendimiento de la “justicia”? De ninguna manera, porque el cristianismo no es “forzar o imponer una cosmovisión”, sino que el cristianismo es entrega, es amor que se brinda sin esperar nada a cambio.

Nuestra respuesta tampoco debe ser la indiferencia o el desinterés, pues hemos sido llamados a compartir con entusiasmo las bondades de un reino que se ha hecho real y presente en Jesucristo.

Tampoco debemos permanecer callados ante la injusticia pues nuestra complacencia haría que nuestro cristianismo quede penosamente entumecido y diluído. El cristiano es responsable ante su Dios soberano, por lo que debe manifestar una “tolerancia crítica”, denunciando con firmeza toda corrupción o desviación de la justicia.

La dignidad del hombre, la justicia y sus instituciones, no se construyen sobre las bases de una pretendida tolerancia ciega, sino que se construyen sobre las verdades absolutas de un Dios absoluto, que sabemos no dudó en despojarse de sí mismo para nuestro bien. (Fil. 2.7,8)

Y esto es amor, no intolerancia.

Autor: Martin Scharenberg

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