El mensaje de Génesis (#6): La torre de Babel

Llegamos ahora a la culminación del relato de la historia primigenia de la humanidad que abarca los capítulos 1 al 11 de libro de Génesis. En el último artículo (#5) publicado seguimos comprobando cuan profundas habían sido las consecuencias del pecado de Adán. Sin embargo, con el relato de Noé y el diluvio, Dios regaló una nueva esperanza al utilizar a Noé para sacar a la humanidad de la violencia, y crear así un nuevo orden, un nuevo mundo renovado.

Ahora, situados en el capítulo 11, podemos ver que el hombre se había hecho conciente de sus nuevas capacidades, pero en vez de aprovecharlas para el bien, comenzó nuevamente a actuar como el ser caído que era: pretendió glorificarse y exaltarse, aun por sobre Dios. Y pretendió hacerlo por medio de algo grandioso: la construcción de una torre monumental.

El relato comienza diciéndonos que en aquellos tiempos existía una unidad lingüística: todos los seres humanos hablaban un mismo idioma (11.1). Esta era sin dudas una de las fortalezas de este pueblo nómada (como lo ha sido también de todo pueblo en cualquier época de la historia). Bien sabemos que cuando el idioma se diluye, esto irremediablemente se traduce en la desaparición de una nación, como vemos entre muchos de los pueblos originarios de nuestro país.

Los seres humanos, corporativamente unidos de esta forma, decidieron emigrar hacia el este, estableciéndose en la región de la antigua Babilonia (actual Irak). Se dice que esta travesía se realizó desde la región de la gran Armenia hasta la llanura de Sinar (antigua expresión para designar a la región mesopotámica). El Talmud llama a esta región el “valle del mundo” (11.2).

Una vez asentados allí (y ahora como pueblo “sedentario”), el pueblo resolvió tomar una acción concreta: “hacer ladrillos, y cocerlos al fuego” (11.3). Esta primer iniciativa de utilizar “ladrillos en vez de piedras, y asfalto en vez de mezcla.” nos da una cierta idea de “precariedad” en el proyecto. No era algo que fuese a perdurar en el tiempo.

Dado el éxito inicial, decidieron entonces avanzar y construir “una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo” (11.4a). Es precisamente la expresión “llegar hasta el cielo” la que define la arrogante intención detrás de su construcción: hacerse famosos y así evitar ser dispersados (11.4b). Pero también es el temor a ser dispersados lo que realmente los movía, y con la construcción de la torre pretendieron encontrar su seguridad, una seguridad efímera según la expresión satírica del versículo 11.9. ¡La gloria y el honor solo le pertenecen a Dios y no al hombre!

Recordemos que la construcción de una torre o “zigurat” era muy común entre las culturas mesopotámicas para expresar su religiosidad. En este relato de Génesis se encuentra por lo tanto implícita una crítica a las prácticas cúlticas de sus vecinos.
La narración a partir del versículo 5 retoma el tema detrás de los versículos 1-4. Vemos que la respuesta de Dios se expresó en forma antropomórfica, pues leemos que Dios “bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo”. Esta cercanía de Dios, describe claramente su interés por participar activamente en los asuntos del hombre. Dios no tenía necesidad de bajar a observar (Dios todo lo conoce), ya que Dios se encuentra en una realidad tan superior que la obra de las manos del hombre son pequeñísimas ante sus ojos y necesita condescenderse. Esta acción de Dios trata de reflejar en forma satírica la acción del hombre (literalmente los “hijos de la tierra”). No importa cuan alto construyesen la torre, Dios debería bajar hacia ella.

Al dirigirnos al v.6, vemos que Dios nos comunica el resultado de la inspección y su conclusión: “Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr.” Ante un nuevo pecado inminente (notemos el parecido con 3.22) la respuesta de Dios fue advertir que el gran pecado no es otro que poner los intereses del hombre por sobre los planes de Dios.

Y el Señor concluyó diciendo “Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos.” (11.7) Luego de reflexionar sobre lo acontecido, Dios bajó nuevamente y puso en acción su juicio. Dios no dice que crearía nuevos idiomas, sino que confundió la capacidad de entender al otro, lo que les produjo división, desacuerdos y aprehensiones, y esto en forma progresiva. Sin entendimiento, la división sería una consecuencia inevitable. Dice el texto: “De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra, y por lo tanto dejaron de construir la ciudad.” (11.8). Sus temores de cumplieron y la obra quedó incompleta.

El texto continúa diciendo: “Por eso a la ciudad se le llamó Babel, porque fue allí donde el Señor confundió el idioma de toda la gente de la tierra, y de donde los dispersó por todo el mundo.” (11.9)

Debemos notar que el relato mismo nos explica (y esto con todo sarcasmo) el porqué se la llamó Babel: en hebreo Babel suena como el verbo que significa “confundir” (balal). La división y la dispersión no fueron inmediatas, sino que la historia de la torre de Babel marca el comienzo de esa dispersión.

Podemos concluir que este reino mesopotámico (tradicionalmente considerado como el reino fundado por Nimrod de Cus) traía una advertencia para Israel: las grandes naciones no pueden desafiar a Dios y sobrevivir en el intento. Israel solo tenía que mirar a sus vecinos y ver como Dios castiga a los rebeldes y los dispersa en confusión y antagonismo. Solo la obediencia y sumisión de Israel a Dios podría ser fuente de bendición. Este era mensaje que Moisés comunicó a su pueblo, mensaje que ciertamente no ha perdido su vigencia.

Así concluimos nuestra serie de artículos sobre la historia de los primeros tiempos de nuestro mundo y de la humanidad. Los relatos de los fracasos y las caídas recurrentes del hombre nos explican mucho sobre las tristes realidades que a veces nos rodean. Dios, sin embargo, siempre nos ha regalado por medio de Jesucristo la esperanza de poder reconstruir lo perdido sobre la base de un sincero arrepentimiento. Fijemos entonces nuestra mirada en Jesucristo, pues en él descansa la verdadera paz. Sólo con Jesús en nuestros corazones podremos realizarnos como hombres y mujeres creados a la imagen de Dios mismo.

por Martin Scharenberg
(artículo publicado originalmente en Revista IPSA 1/2011)

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