De misas y cultos

En un país católico como el nuestro, es muy común escuchar hablar de “misa” al referirse a nuestros cultos. Escuchamos que “la misa estuvo buenísisma”, “que la misa fue muy larga”, o que “venir a misa les hace bien”.

Nuestra respuesta, como cristianos evangélicos, es siempre la misma: ¡no se dice misa! ¿Pero acaso sabemos realmente porqué decimos esto? La respuesta es muy interesante.

Desde los tiempos de la iglesia primitiva, el nombre dado a todo el culto cristiano ha sido la palabra griega “eucaristía” (o acción de gracias). Este culto incluía las oraciones, los himnos, las lecturas, la predicación y la Santa Cena (o eucaristía propiamente dicha). La palabra “eucaristía” fue usada con este sentido por los primeros Padres de la Iglesia[i], como Clemente de Roma, Justino Mártir, y aún entre los que escribían sus obras en latín, como Tertuliano y Cipriano. También se usaron otros términos como “leitourgia”, “koinonía”, “synaxis” y “syneleusis”.

Con la influencia del latín en la iglesia de Occidente, la palabra “eucaristía” comenzó a traducirse del griego. Tertuliano y Cipriano hablaron de “gratiarum actio”.

El culto cristiano estaba dividido en dos partes: un segmento al que podían asistir todos los creyentes (bautizados y catecúmenos, o sea los que no estaban bautizados), y otro segmento reservado únicamente a los bautizados, que incluía la Santa Cena. De esta forma, al terminar el celebrante el primer segmento, despedía a los catecúmenos con unas palabras apropiadas. En el año 397, el obispo Ambrosio de Milán formalmente comenzó a llamar a la segunda parte (la Santa Cena) con el nombre de “misa” (del latín “mittere”=enviar), o sea, el momento que seguía a la despedida de los catecúmenos (“enviados” al mundo).

Con el tiempo comenzaron a existir dos despedidas: una “missa catechumenorum” y una “missa fidelium o sacramentorum”. La primera correspondía a la de los catecúmenos, y la segunda, al finalizar la celebración de la Santa Cena. A través de los siglos los dos segmentos se unificaron, con una sola despedida al final de todo el culto, que era el “envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.” Tradicionalmente la Iglesia Católica ha usado la frase latina “ite missa est”, algo así como “enviado es”. De allí el uso generalizado de la palabra “misa” por sobre el de eucaristía.

Hasta aquí, los presbiterianos bien podríamos continuar usando la palabra “misa” pues somos co-herederos de la tradición eclesiástica de los primeros Padres y las comunidades de la iglesia occidental y latina. En efecto, desde la reforma, muchas iglesias protestantes han continuado usando la palabra “misa”, con las debidas aclaraciones respecto a su real significado.[ii] Esto explica porqué Juan Sebastián Bach continuó llamando a sus obras “misas”.

Pero para los presbiterianos, las palabras son muy importantes, y decididamente lo que la Iglesia Católica entiende como “misa”, no es lo mismo que entendemos nosotros por “culto” de Santa Cena. Y el asunto es muy serio, pues según palabras de Juan Calvino, la misa romana “destruye la cruz de Cristo”, “borra la muerte única de Jesucristo”, “aniquila el fruto de su muerte”, concluyendo que en definitiva “la misa no tiene nada de común con la Cena del Señor”. [iii]

O sea, que la clave del problema radica principalmente en el aspecto sacrificial de la misa de la Iglesia Católica, en oposición a la doctrina reformada que se resume en el hermoso texto de Hebreos 10.1-18, y en especial el versículo 10, cuando dice: “...somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre.”

Los presbiterianos creemos que bíblicamente, la Santa Cena es un memorial de la muerte de Jesucristo, quien obró por nuestra salvación, una vez y para siempre. Sin embargo, para la Iglesia Católica, según lo consigna en su Catecismo[iv], “este sacrificio permanece siempre actual: cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención.”.

Los presbiterianos creemos que bíblicamente, la Santa Cena no es un sacrificio (pues el sacrificio de Jesucristo fue ofrecido una vez y para siempre), sino un memorial de su muerte, en la que nos alimentamos espiritualmente del Cristo crucificado y recibimos todos los beneficios de su muerte (Confesión de Fe de Westminster 29.7). Sin embargo, para la Iglesia Católica, en la misa “Cristo entrega el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que derramó por muchos para remisión de los pecados. O sea que “el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Misa son, pues, un único y mismo sacrificio”. Solo difiere la forma de ofrecerlo: anteriormente se ofreció en forma cruenta, pero hoy se ofrece en forma incruenta.

Los presbiterianos creemos que bíblicamente, la Santa Cena nos recuerda que el sacrificio único y perfecto de Jesucristo fue suficiente y eficaz para limpiarnos de todo pecado pasado, presente y futuro. Hebreos dice: “Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando.” Para la Iglesia Católica, al decir que ambos sacrificios son un mismo sacrificio, transforman a la Santa Cena en un sacrificio “verdaderamente propiciatorio”, o en otras palabras, sugieren que el sacrificio de Jesús hace 2000 años no fue suficiente para nuestra salvación.

Los presbiterianos creemos que Jesucristo es el único y perfecto mediador. En la Iglesia Católica, “es por medio de los presbíteros que se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único mediador”, pero en cuya ofrenda se unen además: “los creyentes, la Virgen María, los santos y los fieles difuntos.”

El tema del “sacrificio único y perfecto de Jesucristo” es tan solo uno entre muchos temas que demuestran cuan relevante resulta entender estos temas. Si el sacrificio de Jesucristo no fue “una vez y para siempre”, entonces toda nuestra teología y vivencia cristiana carecen de sentido.

La misma Iglesia Católica reconoce la importancia de estas diferencias, pues al referirse a nuestras iglesias surgidas de la Reforma, advierte claramente que “la intercomunión eucarística con estas comunidades (de la Reforma) no es posible”...ya que... “no han conservado la sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico” (sic).

De esta forma, y por todo lo expuesto, podemos afirmar que cuando hablamos de “misa”, la Iglesia Católica y los presbiterianos no hablamos de lo mismo. Por lo tanto, si bien inicialmente no habría nada de malo con el uso del término tradicional “misa”, a causa de lo que ella representa hoy en día, los presbiterianos deberíamos ser muy cuidadosos, aceptando la palabra “misa” únicamente cuando la tolerancia y el amor hacia nuestros hermanos en la fe así lo requieran.

[i] Los Padres de la Iglesia fueron teólogos y escritores de la iglesia cristiana de la antigüedad.
[ii] Es interesante ver la salvedad que hace la Confesión de Augsburgo en su capítulo 24 sobre la misa.
[iii] Ver los puntos 4.18.3, 5, 6 y 7 de la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino. Barcelona: Felire, 1994.
[iv] Ver los puntos 1364-67, 1469-71, 1400 del Catecismo de la Iglesia Católica. Buenos Aires: Editorial San Pablo, 2008.

Autor: Martin Scharenberg

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo, y muy buena aclaración sobre la diferencia teológica y litúrgica de la misa y el culto de acción de gracias que hemos heredado de la iglesia primitiva. Creo que es muy pertinente para el contexto nuestro con una preponderancia católica.

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  2. Gracias hermano por tu aclaración......muy bueno el artículo.

    Bendiciones en Cristo desde Colombia!

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