Notas históricas sobre la teología de los presbiterianos

Los presbiterianos reconocemos en Juan Calvino (1509-1564) al hombre que logró promover una verdadera teología de la palabra de Dios, ya que según el reformador ginebrino, únicamente en la Biblia, y a través de la operación del Espíritu Santo, encontramos el verdadero conocimiento de Dios. Asimismo, sólo cuando tomamos conciencia y nos enfrentamos ante la suprema majestad y santidad de Dios, es que somos capaces de reconocer quienes realmente somos.

La obra magna de Calvino, la Institución de la Religión Cristiana (1559), sentó las bases de nuestra teología reformada (o presbiteriana), ya que a través de aquella conjugación de “Palabra más Espíritu” conocemos a Dios y somos renovados como individuos, a la vez que nos transformamos en agentes de cambio en medio de una cultura indiferente a Dios.

Al igual que Calvino, el escocés Juan Knox (1510-1572), enfatizó la importancia de Jesucristo como fundamento de nuestro conocimiento de Dios, ya que él es a la vez sujeto y objeto de la elección. Ambos además incorporaron el tema de la eclesiología al debate teológico (ver mi entrada anterior sobre gobierno presbiteriano).

A partir de Calvino, y tras las contribuciones de Teodoro de Beza (1519-1605), los reformados arribamos a la idea de “monergismo”, o sea el concepto de que la salvación en su totalidad es la obra de Dios, de principio a fin. Esta doctrina nos muestra que la regeneración del pecador es obra exclusiva del Espíritu Santo, ya que el hombre en sí mismo no puede cooperar en su regeneración, pues a partir de la caída de Adán, su voluntad no posee ninguna inclinación hacia la santidad. En 1619, el Sínodo de Dort resolvió clarificar este concepto resumiéndolo en cinco verdades fundamentales (o canones, que se conocen comúnmente como los Cinco puntos del Calvinismo):

a. El hombre luego de la caída está incapacitado de salvarse por sus propios medios.
b. La elección de Dios no está condicionada a ninguna obra ni acción del hombre.
c. La muerte redentora de Cristo es suficiente para salvar a todos los hombres, pero eficaz solo para los elegidos.
d. La gracia de la fe, dada soberanamente por el Espíritu Santo, no puede ser resistida.
e. Todos aquellos que han sido regenerados y justificados perseverarán en la fe.

Zacarías Ursino (1534-1583), Gaspar Oleviano (1536-1587) y más tarde Juan Cocceius (1603-1669) desarrollaron a partir de las enseñanzas de Calvino y Ulrico Zuinglio (1484-1531) el concepto de la teología del Pacto, concepto central de la Confesión de Fe de Westminster y sus catecismos (1643-1649). La teología del Pacto declara, entre otros asuntos, la responsabilidad cívica y política de los pueblos para con Dios, por lo que inauguró la dimensión comunitaria o cultural del mensaje del evangelio, lo que ha afectado positivamente nuestra cosmovisión presbiteriana, o sea nuestra forma particular de ver la sociedad y el mundo en que vivimos. Para nosotros, la familia, la iglesia, la cultura y la creación conforman el objeto del propósito redentor de Dios. Este concepto comprensivo del evangelio, fue detalladamente desarrollado en Holanda por Herman Bavinck (1854-1921) y Abraham Kuyper (1837-1920), este último primer ministro de Holanda entre 1901 y 1905.

La Confesión de Fe de Westminster, en su capítulo 20, nos muestra otro aspecto esencial del presbiterianismo, cuando defiende la conciencia personal del creyente frente a los atropellos de aquellos que desde dentro y fuera de la iglesia pretenden aborrogarse la autoridad y el señorío que solo le corresponden a Jesucristo. Su texto dice claramente: “Solo Dios es el Señor de la conciencia, y la ha dejado libre de los mandamientos y doctrinas de los hombres, los cuales son en alguna manera contrarias a su Palabra.” Este tema fue estudiado en el siglo XIX por los teólogos de Princeton: Charles Hodge (1797-1878), A.A. Hodge (1823-1886) y B.B.Warfield (1851-1921), cuyos escritos están ampliamente difundidos entre nuestras iglesias.

Los redactores de la Confesión de Fe de Westminster, mayormente puritanos, pusieron su énfasis en la pureza de la adoración sobre la base de principios exclusivamente bíblicos (conocido como el “principio regulador”). Asimismo nos mostraron la centralidad de la fe y la piedad en la vida del creyente, pues solo una transformación interior es capaz de atravesar cualquier formalismo religioso o dureza de corazón. Recordemos aquí la inolvidable aventura de “Cristiano”, el protagonista del clásico evangélico “El progreso del peregrino” de Juan Bunyan (1628-1688).

La teología puritana ha sido fundamental para el desarrollo de nuestro presbiterianismo, y aunque no nos demos cuenta, ha permeado la vida de nuestras iglesias. En el último siglo, los escritos y sermones de D. Martyn Lloyd-Jones (1899-1981) y J.I.Packer (1926-) han reactualizado su importancia en nuestra forma de vivir y pensar.

Autor: Martin Scharenberg

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