El mensaje de Génesis (#2): ¿Cómo es el hombre?

En el último artículo pudimos ver que los actos de creación Dios según se presentan en Génesis 1 son considerados “buenos” (v.25), pues todo cumple con el plan divino de Dios. Dentro de este plan, Dios fue creando y completando progresivamente los elementos y el ambiente propicio para que su creación especial, el ser humano, se desarrollara en toda su plenitud. Primero creó los ambientes (luz, mar, cielos, tierra fértil y vegetación) y luego los completó con las lumbreras (sol, luna y estrellas), los peces, las aves y los demás animales. Solo después de crearlo todo, crea finalmente al hombre, declarando al concluir el sexto día su satisfacción diciendo que solo ahora “todo era muy bueno” (v. 31). Estas palabras marcan la centralidad e importancia del ser humano al coronar toda la creación.

Al crearlo, y a diferencia de los que se relata respecto a los demás seres vivientes, notemos que Dios dice literalmente “hagamos al ser humano” (v.26) por lo que diversos eruditos sugieren que la importancia del hombre es tal que requirió de una decisión colectiva y plural, ya sea dentro de las tres personas de la Trinidad o frente a una corte de seres celestiales, o como mucho afirmamos, el plural utilizado refleja una auto deliberación o auto exhortación dentro de la divinidad. ¡No fue una decisión tomada a la ligera! El hombre juega un lugar muy importante en el plan de Dios.

Ante esta realidad, el Salmo 8 con humildad y gratitud declara: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta? Pues lo hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y de honra...” A la vez, el salmo en su v.6 dice “lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio...” confirmando así la bendición y responsabilidad que Dios regala al hombre (v.28). Somos grandemente bendecidos, pero también tenemos una gran responsabilidad para con la creación. Esta es la base de nuestra conciencia ecológica cristiana.

Analizando el tema más a fondo, debemos decir que la importancia radical del ser humano radica en que fuimos hechos a su propia “imagen y semejanza” (v. 26), condición que no es compartida con ninguna otra criatura. Los demás seres vivientes fueron creados “según su especie”, pero nosotros fuimos creados según la “imagen y semejanza” de Dios. ¡Qué privilegio!

Debemos aclarar que “la imagen y semejanza” incluyó tanto al hombre como a la mujer (v. 27), por lo que ambos gozamos de igualdad y dignidad frente a Dios. Hemos sido hechos diferentes en muchos aspectos, pero a la vez, ambos hemos sido hechos iguales ante los ojos de Dios.

¿Pero que debemos entender por la expresión “imagen y semejanza”?

Las palabras hebreas para “imagen y semejanza” son “tselem y damuth” y definen básicamente un mismo aspecto y su real significado continua siendo un misterio. A través de los siglos hubo diversas explicaciones. Por ejemplo, Orígenes (185-254), un teólogo del norte de África, sostenía que la imagen tenía un alcance espiritual dado en la creación, mientras que la semejanza era una virtud adquirida con posterioridad. Ireneo de Lyón (103-202) decía que la imagen incluía solo la libertad, la razón y la voluntad, o sea los atributos naturales de Dios, mientras que la semejanza la complementaba con los atributos sobrenaturales de Dios, como la gracia. San Agustín de Hipona (354-430) decía que la imagen y semejanza de Dios alcanzaba a todo el hombre, como ser integral: su memoria, su entendimiento y su voluntad, en otras palabras, su verdadera esencia.

El francés Juan Calvino (1509-1564), junto con otros reformadores, la definía como la capacidad de darle a Dios el debido honor y honra. Consideraba la coexistencia de una imagen esencial (razón, libertad y voluntad) y una imagen accidental definida por la santidad y la capacidad de buscar y relacionarse con Dios. Teólogos contemporáneos como Karl Barth (1886-1968) la entendieron como la capacidad de relacionarnos y responder a la palabra de Dios.

El teólogo anglicano J.I.Packer (1926-) comenta que en realidad la “imagen y semejanza” debe ser entendida como una “semejanza representativa” que sugiere que debemos reflejar, con nuestras obvias limitaciones, lo que Génesis 1 muestra que Dios es y hace. Por lo tanto, siempre deberíamos actuar con inteligencia, racionalidad y amor, haciendo y ejecutando planes como lo hizo Dios en la creación...Deberíamos manifestar el mismo amor y bondad a todos los hombres, tal como Dios lo hizo al bendecir a Adán y Eva con estas palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo.» (v.28)
Asimismo, en el v. 29 Dios nos proveyó de alimento de todo árbol y planta que da semilla, regalando así un sustento digno para el hombre.

El texto de Génesis 9.6 nos habla de la dignidad del ser humano por reflejar esa imagen y semejanza, al decir respecto de las consecuencias de todo homicidio (en la epoca de Noé), que “si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la suya, porque el ser humano ha sido creado a imagen de Dios mismo.”

Muchos se han preguntado si la “imagen y semejanza” fue perdida tras la caída de Génesis 3.6, pero el texto de Génesis 5.3, al hablar de la descendencia de Adán, nos dice que “tuvo un hijo a su imagen y semejanza, y lo llamó Set.” por lo que queda claro que todos hemos heredado la imagen y semejanza originalmente dada a la primera familia humana.

Reconocemos que ella se encuentra afectada profundamente por el pecado, pero el apóstol Pablo nos explica magistralmente en Efesios 4.24 que a pesar de nuestras trasgresiones, la misericordia de Dios nos ha regalado la salvación, y por lo tanto el hombre debe confiadamente “ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” para ser transformados a la imagen de Jesús “así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.” (2 Corintios 3.18)

¡Que así sea!

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