El mensaje de Génesis (#4): La des-creación

En las últimas entradas, avanzamos en el estudio del texto de Génesis hasta llegar a la caída del hombre (3:6), su condenación (3:14-19) y finalmente su expulsión del jardín del Edén (3:22-24) como imagen visible que trataba de resumir todo el relato. Hasta aquí, el tema central de todos esos pasajes había sido la necesidad de obediencia para con Dios, y el hecho de que la desobediencia hoy tiene profundas consecuencias para nuestras vidas.

Habíamos notado que si bien Dios nos mostró todo el peso de la condenación por nuestra desobediencia, en 3:21 también nos mostró su misericordia y amor en la provisión de ropas “de pieles para el hombre y su mujer”. Detrás de estos actos de justicia y misericordia, estaba sobreimpreso un acto fundamentalmente sacrificial, sombra del sacrificio de Jesucristo por sus elegidos.

La consecuencia primaria de la caída fue la ruptura de la relación del hombre con Dios; segundo, con la naturaleza; y por último, con su mujer (Eva). Pero aún hay más. La caída corrompió la esencia misma de la relación fraterna entre todos los seres humanos e inició una espiral imparable de decadencia espiritual. En este artículo veremos como en Génesis 4:1 al 6:8 esa decadencia avanza en forma exponencial.

En el relato de Caín y Abel (Cáp. 4), se repiten muchas de las situaciones del relato de la caída de Adán, pero vemos aquí que la situación de Caín es mucho peor. Tristemente vemos que ante la pregunta de Dios “¿Donde estás?”, Adán había respondido con la verdad, mientras que Caín, a la pregunta de “¿Dónde está tu hermano?” (4:9) responde con una insolente mentira. Confrontado con la sentencia del juez supremo, Adán la aceptó en silencio, mientras que Caín la desafia airadamente (4:13-14). Eva tuvo que ser persuadida para cometer su pecado contra Dios, pero Caín ni siquiera tiene que ser persuadido: ¡directamente peca, sin ninguna dubitación! (4:8)

Es así que la corrupción del hombre frente a Dios se profundiza, y se extiende a sus relaciones con los demás, y se manifiesta ahora en el fratricidio. Y la sentencia del juez es aún más dura: Caín es enviado aún más lejos, “al este del Edén” (4:16).

Pero a pesar de todo esto, Dios renueva su misericordia para con el hombre y pone una marca en Caín (¿habrá sido en la frente?) como una señal de protección ante sus enemigos potenciales. Un relato triste, pero a la vez, lleno de esperanza.

En la última sección del capitulo 4, vemos que el pecado avanza en el hombre, quien se aleja de la justicia. El relato de Lamec con sus dos esposas (4:23a), promueve la bigamia (como una muestra más de la profundización del pecado) quien se aleja así mas de Dios. Lamec se nos presenta como un hombre que minimiza la importancia del asesinato cometido, ya que además se jacta de ello cuando dice: “¡Escuchen bien, mujeres de Lamec! ¡Escuchen mis palabras! Maté a un hombre por haberme herido, y a un muchacho por golpearme. Si Caín será vengado siete veces, setenta y siete veces será vengado Lamec.” (4:23b-24). ¿No es acaso esta la situación que vivimos hoy en nuestro país? ¿Hasta aquí habremos llegado como nación?

Ya en el capítulo 5 pasamos al árbol genealógico de Adán pero el foco se centra en la descendencia a través de la línea de Set, el sustituto de Abel (4:25), y que se extiende hasta los tiempos de Noé (5.28). A pesar de la corrupción, la humanidad logró tener hijos e hijas (5:4) y se comenzó a poblar la tierra. Y la vida del hombre llegó a ser de casi mil años, como en el caso de Matusalén (5:25-26)

Así llegamos al capítulo 6 que nos presenta una fotografía de la situación grotesca de la humanidad con toda su decadente arrogancia. Los primeros dos versículos nos describen el relato del matrimonio entre los “hijos de Dios” y las “hijas de los seres humanos”. Resulta difícil entender este pasaje, que tiene muchas posibles interpretaciones. Seguramente tiene su origen en historias similares de otras culturas, en donde los ”seres divinos” (o ángeles, o reyes divinos) tomaron a mujeres humanas y engendraron “gigantes” (o nefilim), como los que vivieron en Canaán hasta la invasión de Israel (Números 13.33). Esta presentación de “prostitución sagrada” trata de ser clara y rotunda al describir el proceso creciente de degeneración del ser humano iniciado con la caída de Adán, el asesinato de Abel por su propio hermano y finalmente la sed de sangre y venganza de Lamec.

Dios finalmente “vio” que la maldad del ser humano ha llegado a increíbles proporciones (6:5). Recordemos que a lo largo del relato de Génesis, Dios “vio” que su creación era buena (1:25); y luego de crear al ser humano y completar así su creación, Dios “miró todo lo que había hecho y consideró que era muy bueno” (1:31). Pero ahora, Dios “vio” algo totalmente opuesto a su voluntad creadora. El problema del hombre no es aquí que solo sus actos sean malos, sino que ahora también “todos sus pensamientos (su voluntad) tendían siempre hacia el mal”. El mal es a lo que siempre se dirigirá la voluntad del hombre caído. Esto lo podemos ver también en el Salmo 51:4 (...contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos) y Jeremías 17:9 (Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?).

Toda esta situación, da pie a una de las sentencias más terribles del texto bíblico, cuando en 6:6 se nos dice que Dios “se arrepintió de haber hecho al ser humano en la tierra, y le dolió en el corazón.” ¡Qué palabras tan tristes para describir al hombre! Queda en esto claro que Dios no ha cambiado en su apreciación de la dignidad del hombre (Dios es inmutable), sino que el cambio ha sido en lo profundo del hombre mismo, y esta es una realidad que debía ser claramente expresada.

Tan profunda ha sido la caída, que ya no hay siquiera esperanza, por lo que Dios declara el fin. La sentencia es final (6:7): “Voy a borrar de la tierra al ser humano que he creado. Y haré lo mismo con los animales, los reptiles y las aves del cielo. ¡Me arrepiento de haberlos creado!” ¿No es acaso ésta una des-creación?

Todo ha terminado en fracaso. Pareciera que ya no hay esperanza. Pero en medio de la desesperanza, Dios renueva su misericordia y amor para con el hombre, ya que en 6:8, el texto dice que Noé “contaba con el favor del Señor”, reconociendo así, implícitamente, que Noé ha sido obediente para con Dios, y se lo describe como “un hombre justo y honrado entre su gente...siempre anduvo fielmente con Dios.” (v.9)

Pero en este punto, nos preguntamos: ¿cómo podía Dios permitir la sobrevivencia de una humanidad pecadora, sin ser destruida por un Dios santo que no admitía pecado? ¿No vivimos acaso la misma situación hoy en día? Esto se explica en que si nuestra existencia dependiese del juicio objetivo de Dios, entonces no tenemos esperanza, porque todos hemos pecado en Adán, sin excepción, y deberemos sufrir las consecuencias.

Pero el juicio de Dios está acompañado por su amorosa misericordia, que es inherente a su propio carácter, su propia esencia. Esta misericordia se hace presente por los méritos de Jesucristo en la cruz, por lo que el apóstol Pablo nos dice “por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia.” (Romanos 3.24-26).

En Noé estaba veladamente la promesa de redención en Jesucristo.

En medio de malas noticias, ayer como hoy, sobrevive la esperanza. ¡Y la fuente de esa esperanza está unicamente en Jesucristo!

(Este artículo aparecerá en la próxima edición de la Revista IPSA)

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