Humildad. Integridad. Sencillez.

Traducción del mensaje del Dr. Chris Wright pronunciado en Cape Town 2010 (Lausana III)


La misión del pueblo de Dios

La misión del pueblo de Dios comienza mucho antes que en el día de Pentecostés.

Fue hace cerca de cuatro mil años que Dios dio la Gran Comisión a Abraham, diciéndole que vaya, sea una bendición, y así por medio de él, todas las naciones de la tierra serían bendecidas. Esta es la gran misión de Dios. De hecho, esto es lo que Pablo dice en Gálatas 3 que es el Evangelio. Esta es la manera en que las Escrituras predican el Evangelio a través de Abraham: “por medio de ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra”.

¿Pero como se habría cumplir esto? Es simple. El plan de Dios era que se lograría con la elección de un pueblo. Su propio pueblo. Un pueblo elegido en Abraham, redimido por medio de Cristo. Un pueblo que iba a ser luego llamado “a caminar en la senda del Señor practicando la rectitud y la justicia”. (Génesis 18:19)

Por esta razón es que Dios escogió a Abraham. Pues el caminaría la senda de la rectitud y la justicia para que todas las naciones fuesen bendecidas por medio de él.

El propósito de nuestra elección es misional y ético. Hemos sido llamados a vivir la plenitud de los frutos de nuestra predestinación viviendo para alabanza de su gloria. (Efesios 1)

Dios ha sido fiel a aquella promesa hecha a Abraham a través de toda la Biblia, con los gentiles volviéndose a Cristo por la fe: ya sea en el Antiguo Testamento, en las bendiciones de Israel; como en el Nuevo Testamento en la misión a los gentiles. Dios ha mantenido esa promesa a través de los siglos hasta el día de hoy. Esta es la gran misión de Dios: traer a las naciones del mundo a la bendición de Abraham a través del Señor Jesucristo.

Pero en la Biblia vemos que han existido muchos obstáculos a la misión de Dios, y esto ha continuado siendo así. Existen muchos obstáculos que sostenidamente frustran y obstaculizan el gran amor salvífico de la misión de Dios. Todos ellos se interponen a nuestra participación para con Dios en su misión.

¿Cuál piensan ustedes que es el mayor obstáculo en el deseo de Dios para la evangelización del mundo? No son las otras religiones. No son las persecuciones. No son las resistencias culturales. Sin duda estos son desafíos serios. ¡Por supuesto que lo son! No estaríamos aquí si no los estaríamos tomando en serio. Pero desde el texto bíblico, el testimonio contundente es que el mayor problema para la misión redentora de Dios en el mundo es su propio pueblo.

Lo que más duele a Dios en la mayor parte de la Biblia, no es el pecado del mundo, sino que es el fracaso, desobediencia y rebelión de aquellos a quienes Dios ha redimido y llamado a ser su pueblo. Su pueblo santo. Su pueblo especial. Me pregunto si han notado (seguramente lo han hecho) que en aquellos extensos libros de los profetas del Antiguo Testamento, la mayor parte de sus palabras y su mensaje está dirigido al propio pueblo de Dios: Israel; mientras que solo algunos capítulos se dirigen a las naciones, las naciones extranjeras. Sin embargo, por el otro lado, nosotros parecemos malgastar nuestro tiempo atacando y cuestionado al mundo, mientras que ignoramos nuestros propios fracasos.

Pensemos por un momento en el Israel del Antiguo Testamento. Dios los llamó a ser “un luz para las naciones”, dijo Isaías. Pero según Ezequiel, Israel había caído aun más bajo que las naciones, incluyendo Sodoma y Gomorra... “pero ella se rebeló contra mis leyes y decretos, con una perversidad mayor a la de las naciones y territorios vecinos.” (Ezequiel 5:6). Dios los llamó a la redención y a su pacto, al gran privilegio de conocer al Dios viviente, a ser llamados a glorificarle sólo a El. Y sin embargo, ellos constantemente fueron tras otros dioses, sucumbiendo a repetidos actos de idolatría. ¡La idolatría! Este es el obstáculo más importante y difícil para nuestra misión al mundo.

Esto resulta realmente obvio. Si la misión de Dios es traer a todas las naciones a la bendición de conocer y adorar y gozar de El únicamente, como creador y redentor, entonces la mayor amenaza para lograr eso son los otros dioses. Los falsos dioses. Los no dioses.

Pero el problema que vemos en el Antiguo Testamento no radica únicamente en la idolatría de las otras naciones, y sus falsos dioses, sino que radica en la idolatría del propio pueblo de Dios. Hoy en día existen muchos falsos dioses. Muchos ídolos en el mundo, como nos comenta Pablo, que nos alejan del Dios viviente. Existen particularmente tres ídolos modernos que parecen especialmente atractivos, tanto para los cristianos evangélicos como para el Israel del Antiguo Testamento. Y estos tres ídolos son: primero, el ídolo del poder y el orgullo; segundo, el ídolo de la popularidad y el éxito; y tercero, el ídolo de la riqueza y la avaricia.

Vemos que los profetas del Antiguo Testamento, y Jesús, y los apóstoles nos dan fuertes advertencias contra estos tres terribles ídolos, que tanto contaminan y pervierten la misión del pueblo de Dios. Pensemos ahora en:

Primero, el ídolo del poder y el orgullo.

Escuchemos la palabra del Señor a través del profeta Isaías. El dice: “Un día vendrá el Señor Todopoderoso contra todos los orgullosos y arrogantes, contra todos los altaneros, para humillarlos...La altivez del hombre será abatida, y la arrogancia humana será humillada. En aquel día sólo el Señor será exaltado, y los ídolos desaparecerán por completo.” (Isaías 2:12,17,18)

O escuchemos la exigencia de Dios en Miqueas: “Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:8).

Escuchemos al Señor Jesucristo mismo: “Jesús les dijo: Los reyes de las naciones oprimen a sus súbditos...No sea así entre ustedes. Al contrario, el mayor debe comportarse como el menor, y el que manda como el que sirve. Porque, ¿quién es más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está sentado a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como uno que sirve.” (Lucas 22:25-27)

[Recordemos] que cuando Pablo habla sobre aquella vida que debe ser vivida “de una manera digna del llamamiento que han recibido”, lo primero que dice en Efesios 4:2 es que seamos “siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor.”

Hermanas y hermanos: El estar obsesionado. Aún el estar tan solo preocupado por nuestro prestigio, cargo, o poder en la iglesia y en el trabajo de la iglesia es una categórica desobediencia a Cristo y a la Biblia. Y destruye todo aquello por lo cual hemos sido llamados a la misión.

Somos entonces llamados a la humildad por el arrepentimiento.


Segundo, están los ídolos de la popularidad y el éxito.

Estos son los ídolos que nos llevan a la manipulación, la deshonestidad, la distorsión y la exageración. Como los falsos profetas del Antiguo Testamento. Falsos profetas que decían hablar la Palabra de Dios, pero que realmente actuaban para su propio interés; diciendo ser hombres de Dios pero dando a la gente solo aquello que ellos pedían ver. Eran populares. Eran exitosos. Por supuesto que lo eran. Pero eran falsos profetas en las manos de un dios falso.

Escuchen la Palabra de Dios en Jeremías: “Desde el más pequeño hasta el más grande, todos codician ganancias injustas; desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el engaño. Curan por encima la herida de mi pueblo, y les desean: "¡Paz, paz!", cuando en realidad no hay paz. ¿Acaso se han avergonzado de la abominación que han cometido? ¡No, no se han avergonzado de nada, ni saben siquiera lo que es la vergüenza!”(Jeremías 6:13-15a)

No tenemos que avergonzarnos. No tenemos que avergonzarnos cuando somos populares y exitosos con miles de seguidores y un estilo de vida acorde.

Y aún en la iglesia primitiva. En toda su obra, Pablo advirtió sobre aquellos que vendían la Palabra de Dios por un precio. Aquellos que usaban el fraude y la distorsión. La iglesia, por supuesto, como leemos en Corintios, estaba deslumbrada por esos “super apóstoles” (como los llamaba Pablo), quienes se jactaban de sus credenciales y de su elocuencia y gran popularidad. ¡Estos eran el tipo de líderes con los que la iglesia en Corinto quería impulsar su mensaje entre aquellas naciones! Pero Pablo dice: “Tales individuos son falsos apóstoles, obreros estafadores, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz. Por eso no es de sorprenderse que sus servidores se disfracen de servidores de la justicia. Su fin corresponderá con lo que merecen sus acciones.” (2 Corintios 11:13-15)

Hermanas y hermanos: no podemos construir el reino de Dios, el Dios de la Verdad, sobre el fundamento de la deshonestidad, diciendo mentiras sobre nuestro éxito o aceptando lo que sabemos son cuestionables números estadísticos con el objeto de conseguir u otorgar fondos para nuestros proyectos. Eso no es otra cosa que inclinarse ante el ídolo del “éxito manipulado”.

Somos llamados a la humildad y la integridad, por el arrepentimiento.

Y tercero, están los ídolos de las riquezas y la avaricia.

La idolatría de la avaricia ciertamente infectó a los líderes religiosos de Israel. Escuchen las palabras de Miqueas: “Sus gobernantes juzgan por soborno, sus sacerdotes instruyen por paga, y sus profetas predicen por dinero”. (Miqueas 3.11a)

Isaías, en su día, como en el nuestro, denunció la cultura de la avaricia, la acumulación, el consumismo y la codicia. Recuerden siempre que Pablo decía que la codicia es idolatría. Isaías dijo: “¡Ay de aquellos que acaparan casa tras casa y se apropian de campo tras campo hasta que no dejan lugar para nadie más, y terminan viviendo solos en el país!” (Isaías 5:8)

Por supuesto que sabemos que Dios tiene el deseo de proveer abundantemente los recursos para su pueblo, y ha prometido hacerlo así. Pero Moisés, quien también se regocijó en la esperanza de esa abundancia en el mismo libro de Deuteronomio, en donde encontramos esa promesa, también advirtió contra el peligro de ella, en versículos que no son tan frecuentemente citados. El dijo: “Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al Señor tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo.” (Deuteronomio 8:10-14)

Y Jesús dio la misma dura advertencia: “¡Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes.”...y podría haber agregado, tampoco de ello depende su ministerio!

Somos llamados a la sencillez, por el arrepentimiento.


Jesús debe ser nuestro ejemplo

Ahora, volviendo a Jesús, vemos que enfrentó la totalidad de estas tres tentaciones fundamentales de Satanás. Satanás le ofreció poder y prestigio sobre todas las naciones, desde la cima de un monte. Pero Jesús lo rechazó, eligiendo adorar únicamente a Dios. Jesús eligió el camino de la humildad.

Y Satanás le sugirió que manipulara a la muchedumbre con un milagro espectacular. Jesús reconoció la forma en que Satanás estaba torciendo las Escrituras para conseguir algún éxito. Y Jesús eligió el camino de la integridad, por su confianza en Dios Padre.

Y Satanás le tentó con la lucrativa perspectiva de abundante alimento para él mismo y para las masas hambrientas: “ordena a estas piedras que se transformen en pan” (podría haber hecho una fortuna con un milagro así). Pero Jesús resistió con la verdad escritural de que Dios ciertamente podría proveer pan, pero los hombres necesitan algo más que pan para vivir. Jesús eligió el camino de la sencillez en sujeción a las promesas de Dios Padre.

Jesús resistió cada una de estas tentaciones que intentaban lograr que sucumbiera ante los mismos falsos dioses que habían tentado al Israel del Antiguo Testamento. Así que allí estuvo, cuarenta días en la soledad, como Israel, cuarenta años en el desierto. ¿Acaso podría lograr resistir y ser obediente a Dios? ¡Si, lo logró! Pero trágicamente, parece ser que muchos líderes cristianos, incluyendo líderes misioneros, últimamente fracasan ante estas pruebas que Jesús logró superar. Ellos simplemente no pueden resistir a la tentación de un gran prestigio, un éxito manipulado, o una egoísta avaricia. El problema es que luego toda la iglesia deberá pagar el precio de su fracaso en su pérdida de integridad y credibilidad. Por este motivo, cuando tan solo osamos levantar la mano para denunciar el pecado del mundo, se nos dice sin rodeos y con razón: ¡limpiá primero tu propio jardín!

En resumen, somos motivo de escándalo, una piedra de tropiezo para la misión de Dios.


Una reforma es necesaria

[Recordemos] la gran historia de la reforma en Europa. ¿Por qué razones fue necesaria? Trasladémonos al tiempo de la pre-reforma de la iglesia medieval en Europa, y veremos estos mismos tres ídolos ocultos y disfrazados en medio del sistema eclesiástico corrupto de ese tiempo. Habían obispos y líderes que blandían enormes fortunas y poder. Había santuarios y santos que eran muy populares y exitosos para las arcas de la iglesia. Había gente haciendo fortunas con la venta de indulgencias, que explotaban a los pobres con promesas para la vida venidera. Y mientras tanto, la gente común vivía en la ignorancia de la Biblia (que no estaba disponible en su idioma), y que no estaba siendo predicada de sus pulpitos. Una reforma era la imperiosa necesidad del momento.

Ciertamente, esa misma imperiosa necesidad está con nosotros hoy. Y me atrevo a proponer que debe comenzar en nuestra comunidad evangélica mundial. Pues existen sectores de la iglesia evangélica que se están inclinando ante estos mismos tres ídolos. Existen los autodenominados “super apóstoles”, poderosos líderes que no responden a nadie, populares y con miles de seguidores, que se enseñorean sobre el rebaño de Cristo, despreocupados por los débiles y los pobres, sin mostrar ninguna de las marcas de las que habla el apóstol Pablo, sin semejanza alguna con el Cristo crucificado. Esa es la idolatría del orgullo y el poder.

Y desmesuradamente se persiguen el éxito y los resultados, y existe una obsesión por las estadísticas y ganancias que nos llevan a pronósticos descabellados y cifras sin fundamento en informes mentirosos, y alevosas manipulaciones, y falsedad. Esa es la idolatría del éxito.

Y también está el llamado “evangelio de la prosperidad”. Ahora bien, por supuesto que afirmamos que es perfectamente cierto lo que dice la Biblia sobre la bendición de Dios, y sobre el poder del Espíritu de Dios y la victoria de Dios sobre todo aquello que aplasta y maldice la vida humana. Pero muchos promotores del “evangelio de la prosperidad” distorsionan la Biblia (¡si es que acaso la usan!): apelan a la avaricia humana. No hay con ellos lugar para las correctas enseñanzas de la Biblia sobre el sufrimiento y el tomar la Cruz. Solo logran enriquecerse con un estilo de vida que es absolutamente contrario a la enseñanza y el ejemplo de Jesucristo. La idolatría de la avaricia. Y mientras tanto, como ocurría en la iglesia de la pre-reforma, la gente común del pueblo de Dios, en muchas iglesias, vive en la ignorancia de la Biblia, con pastores que no quieren o no están equipados para predicar o enseñar la Palabra a su gente.

Una reforma es nuevamente el clamor desesperado de nuestro día. ¡Y debe comenzar con nosotros!


Entonces, ¿qué debemos hacer?

Necesitamos de un regreso radical al Señor. Necesitamos escuchar la palabra profética de Dios. La de los profetas, la del Señor Jesucristo, y la de los apóstoles del Nuevo Testamento. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas! Y recuerden que Jesús no predicó este mensaje e hizo ese llamamiento (¡arrepiéntanse y crean!) a los paganos incrédulos, extraños y gente de otras religiones. Hizo ese llamamiento a aquellos a quienes se hacían llamar pueblo de Dios, por lo que este mensaje nos llega a nosotros también.

Antes de que salgamos al mundo debemos volvernos al Señor. Si queremos transformar el mundo debemos primero cambiar nuestros propios corazones y caminos, como decía Jeremías. Al tiempo de llevar las palabras del Evangelio al mundo debemos también llevar con nosotros palabras de confesión a Dios (al decir de Oseas), y antes de que nos pongamos de pie y nos lancemos a predicar y buscar a los perdidos, debemos arrodillarnos y volvernos al Señor.

Pensemos:

Si hemos exaltado nuestra propia posición y prestigio, caminemos en humildad con nuestro Dios. Pues el Señor se opone a los orgullosos pero da gracia a los humildes.

Si hemos manipulado, o distorsionado, o exagerado, comprometámonos a caminar en la luz y verdad de Dios. Pues el Señor mira el corazón y se complace en la integridad.

Si hemos usado nuestro ministerio para nuestros propios fines personales, caminemos en la sencillez de Jesús. No podemos servir a Dios y a las riquezas.

Tres palabras: HUMILDAD, INTEGRIDAD, SENCILLEZ.

¿Somos nosotros el pueblo de Dios? Seamos entonces lo que somos.

Por Dios. Por nuestra misión. Y por el mundo.

Exposición del Dr. Chris Wright del sábado 23 de octubre de 2010, durante el Tercer Congreso de Lausana sobre Evangelización Mundial (Lausana III) reunido en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Para quienes no lo conozcan, Chris ha liderado por muchos años el Comité de Teología del Movimiento de Lausana, como así también es director de Langham Partnership International (del Ministerio John Stott). Es un estudioso del Antiguo Testamento, y recientemente ha publicado el libro “Misión de Dios” publicado por Librería Certeza (www.certezaonline.com).
(Transcripción y traducción de M. Scharenberg. Para ver el video original en inglés, les aliento a visitar la página oficial de Cape Town 2010 en (
www.lausanne.org)

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